Sobre el cristianismo y los monumentos paganos

 

Introducción

Para los que amamos profundamente la cultura clásica, existe un cierto sentimiento de indignación y cierta acidez estomacal cuando visitamos los monumentos más emblemáticos de la historia grecorromana, reconvertidos ahora en iglesias, basílicas o catedrales. Por un defecto profesional tendemos a diseccionar al detalle elementos que nos chirrían hallados entre hermosas estatuas de Santos, divinidades marianas o representaciones iconográficas de pasajes bíblicos. Sí, somos capaces de ver entre esa belleza renacentista, restos de sillares romanos, mármoles pertenecientes a templos o columnas ahora emparedadas, para cerrar los espacios entre ellas.

Mientras lees estas primeras lineas, querido lector, creerás que existe en esta humilde blogger un sentimiento antireligioso o incluso anticristiano, pero créeme cuando te digo que ese no es ni mi propósito ni mi intención. Vaya por delante que no pretendo ensalzar la expropiación de unos y juzgar injustamente la de otros, ya que cualquier acto que signifique la destrucción cultural del patrimonio, para mí es condenable de igual forma e indistintamente del periodo del que hablemos.

No obstante y dicho esto, no voy a obviar ningún detalle por más que esto implique un cierto descontento de la comunidad católica, simplemente analizo los elementos por separado, los examino y establezco conclusiones objetivas para intentar visualizar el contexto.

 

Los Romanos y el culto de los territorios ocupados

No neguemos la más grande, el imperio romano se construyó a la fuerza. Y eso implica, guerra, sangre y barbarie, así de claro. Intentar analizar con la mentalidad social y cultural de ahora, estableciendo moralinas baratas, no se sostiene. Los romanos eran una potencia militar y como tal actuaron, dejaron de llamar a filas a agricultores y artesanos, para profesionalizar y remunerar a los soldados, ese sistema organizado, meticuloso y disciplinado permitió que las legiones fueran abriendo caminos en occidente y oriente, en el norte o en el sur, en sociedades tribales o gigantes imperios del pasado. Por tanto, fue una ocupación pacífica? La respuesta es no, bien por su soberanía militar o por el miedo que esta infundaba, los pueblos iban cayendo uno tras otro como fichas de dominó.

A pesar de ello, la superioridad bélica no era suficiente, sí para conquistar pero no para mantener en stand by las iras de los derrotados, así que la estrategia posterior consistía en dotar a la ciudad del característico urbanismo romano con circo y teatro incluido, o bien la licenciatura de las tropas y el otorgamiento de tierras de labranza en la zona conquistada. Poco a poco y a través de la mezcla que proporcionaba las relaciones entre romanos y ciudadanos autóctonos, se empezaba a gestar un tejido plenamente pacificado.

La constucción de templos en los foros urbanos permitía a los habitantes iniciarse en el culto a la Tríada Capitolina o bien al culto imperial. La asistencia y entrega de libaciones o presentes por parte de la población era requisito obligado bajo pena, pero he aquí la diferencia, existía una cierta libertad religiosa para la adoración de los dioses antiguos. Este detalle que parece insignificante, es básico para entender porque el imperio se mantuvo y porque no hubieron muchos más focos rebeldes, mantener esa dualidad religiosa era práctico, diré más, era necesario. 

Ahora bien, digamos que los romanos no se distinguían por la virtud de la paciencia, este era un aspecto de la personalidad dejado para otros menesteres, teniendo en cuenta que no existía ninguna organización mundial reguladora de los derechos humanos, podían hacer y deshacer cuanto quisieran, así que cuando judíos, persas, hispanos o galos intentaban alzar la cabeza e instar a la revolución del pueblo contra Roma, se iniciaba un sesgado sistemático de todo y todos los que la habían alimentado.

 

El perfecto ejemplo de lo que hablo se constata a través de la segunda guerra que enfrentó a judíos y romanos durante el imperio de Adriano. A pesar de que existía un prefecto de Roma que controlaba el territorio, los romanos habían dejado una especie de autogobierno controlado por el Sanedrín. Este organismo asambleario dirijido por tres facciones diferentes, legislaban, regulaban judicialmente e instauraban el calendario festivo religioso. No obstante, los judíos siempre habían sido "poco condescendientes" con la ocupación romana, así que el propio Sanedrín, en contra de la decisión de crear una nueva ciudad romana por orden de Adriano, nombraron a una cabeza visible adornado con el apelativo de mesías y expulsaron a los romanos del territorio. Adriano dispuso de las legiones apostadas en Occidente y marchó sobre Israel, arrasó prácticamente todas las ciudades, asesinó a medio millón de personas y prohibió el judaísmo como religión, quemando sus documentos sagrados y colocando de forma humillante la efigie de un cerdo sobre una de las puertas de la ciudad. 

La romana nunca fue una sociedad ultrareligiosa, jamás, el apelativo que los definiría mejor serían tradicionalistas y no en todas las épocas, por tanto para su punto de vista, las religiones ultraconservadoras como la judía o la cristiana eran designadas como sectas e insultadas reiterativamente por su afán de incluir el culto como parte de la política a través de los escritos de Plínio, Tácito o Flavio Josefo. He aquí el problema, los romanos mantenían a los dioses contentos pero no existía un correlación directa entre las deidades y la política, en cambio los judíos o los cristianos gobernaban en nombre de dios y bajo las doctrinas de las Sagradas Escrituras. Era tal el rechazo que a pesar que sucumbieron al culto de dioses fornaeos como Isis o Mitra, no legalizarían el cristianismo hasta la llegada de Galerio en el 311.

Los cristianos llegan a Roma

 

El cristianismo es una religión esperanzadora principalmente para los sectores sociales más castigados, su fe invita a la redención, el perdón y la promesa de una vida eterna, donde sólo los creyentes tienen un espacio en la eternidad. El cristianismo se forjó y creció exponencialmente en los entornos más desfavorecidos en una época en que la opresión era máxima y en el que proliferaba un mesías en cada esquina. Jesús de Nazaret a través de su sacrificio se había colocado a la misma altura que todos los demás asesinados por su fe con la diferencia de una promesa de resurrección. Él no sólo proclamó sino que fue mártir y por tanto fue un reflejo de sí mismos y de su situación.

El odio romano al fervor cristiano y a sus doctrinas fue motivo suficiente como para sacrificarlos a sangre fría en la arena del Coliseo o para mostrarlos crucificados en el campo de Marte, por no decir que fueron el eje de las acusaciones de los incendios de Roma durante el imperio de Nerón, literalmente los detestaban. En sus analíticas y prácticas mentes no podían entender por qué no podían resignarse a vivir en comunión con sus tradiciones, por tanto esa negativa y obcecación cristiana que sólo reconocía su fe como la única válida fue motivo de incomprensión e incredulidad por parte de los políticos e historiadores romanos.

Pero la tenacidad y la fe, trasladaron en peregrinación a una gran cantidad de fieles hacia las principales capitales del mundo antiguo difundiendo su creencia entre el tejido social, dando respuesta a sus necesidades de una vida mejor aunque no fuera en este mundo y ofreciendo esperanza ante los abusos sufridos. El mensaje fue calando paulatinamente, hasta que a los comienzos del s.III Galiano, legaliza el culto cristiano. Se establece así un punto de partida, que culminará con el Edicto de Milán, del emperador Constantino, por el que se les devuelven las propiedades confiscadas gozando de pleno derecho de reunión. En ese momento el cristianismo muy extendido, encontraba huecos a codazos entre estamentos sociales más altos, diseminando su mensaje entre el poder político de Roma.

Constantino, tras la derrota a Majencio y posteriormente a Licinio, y con el control del imperio de Occidente y Oriente en sus manos, otorga al Papa el Palacio de Diocleciano para construir la basílica cristiana ocupada hoy por San Juan de Letrán, y años más tarde ordena la construcción de la Basílica de San Pedro en la colina Vaticana, no obstante Constantino no abandonó jamás el culto a los dioses romanos, hecho constatado por la construcción de su arco triunfal, con representación de la Diosa Fortuna y Apolo, o por su cargo de Pontífice Máximo que conservó durante toda su vida. Constantino lidió con ambas religiones de la mejor forma que supo y pudo, entendió que el ascenso y popularidad del Cristianismo iba en auge y legisló con tal fin, de tal forma que ante las diferentes facciones cristianas que discrepaban de la divinidad de Cristo o su calidad intrínsecamente humana convoca el Concilio de Nicea en el que se proclaman las bases generales del cristianismo y se establecen los evangelios que serán considerados "oficiales", es decir Constantino se erigió como el interlocutor y auténtico artífice de la consagración del cristianismo. El punto de no retorno lo marcará su bautismo en el lecho de muerte.

 

Durante los siguientes tres siglos venideros, y tras muchas reorganizaciones imperiales, algunos emperadores de Oriente u Occidente intentaron con no muy buena fortuna instaurar de nuevo el culto pagano, como así lo atestigua la biografía de Juliano el Apóstata. No obstante, Teodosio I marcará el signo de ambas religiones al decretar el cristianismo como religión oficial del imperio y sentar las bases para la destrucción de Templos y prohibiciones de asistencia o realización de ofrendas paganas. De él emana el edicto de extinción del fuego vestal y de disolución de los colegios sacerdotales. 

Teodosio ante la dificultad de erradicar el paganismo practicado durante siglos, envía emisarios a todas las zonas del imperio para la conversión de templos en iglesias católicas y la destrucción de efigies de los antiguos dioses. Se inicia así un período cruel y sanguinario que acabará con la destrucción del serapeum de Alejandría, con todos los oráculos, con las celebraciones olímpicas, y con la muerte de los impíos en las plazas públicas o en los campamentos de arresto ubicados en Siria donde fueron ejecutados.

Fue una venganza servida en plato frío. Tras siglos de opresión, los cristianos eran por fin los verdugos, en una época en la que el perdón y las enseñanzas cristianas no tenían cabida.

Reestructuración arquitectónica 

 

Con el transcurrir de los siglos y con la radicalización de la iglesia lo que antaño habían sido imponentes edificios administrativos, teatros, templos o pórticos pasaron a ser considerados una ofensa a la voluntad divina, así que era común hallar junto a estos enormes edificios, obreros que desmantelaban y hacían añicos el mármol que después era usado para la construcción de basílicas o iglesias. Casi todos los edificios del imperio sufrieron esa suerte y fueron convertidos en canteras de abastecimiento de materiales, otros en cambio, fueron "rehabilitados" para gloria de Dios, motivo por el cual muchos de ellos mantienen la esencia romana a pesar del devenir del tiempo. Para ejemplo un botón, uno de los edificios romanos más bellos del mundo:

 

Las columnas conmemorativas se coronaron con las figuras de Santos o mártires cristianos

Y los espacios entre las columnas de los templos, fueron tapiadas para su uso como iglesia.

 

Aun así, muchas de las joyas que mantenemos en la actualidad, son gracias a este segundo uso, a esta doble vida, a la doble simbología. Los romanos habían destruído el Segundo templo de Salomón, habían humillado al pueblo judío, habían arrasado a los cristianos y habían crucificado a su Mesías, aun así el asesino se convirtió en distribuidor de la fe por el imperio, y el seguidor en verdugo. 

En el S.XX y por orden de Mussolini, los edificios romanos retoman el explendor de antaño, gracias a la ley en la que se instaba a la demolición de los edificios adosados con posterioridad, no de todos obviamente pero sí de muchos, a pesar de algunas controvertidas reestructuraciones arqueológicas que dejan mucho que desear, la Roma imperial empieza a emerger con su apariencia y uso inicial.

 
 

Conclusión

La historia no puede cambiarse, es la que es, para bien o para mal, con sus luces y sus sombras. La historia evoluciona según la sociedad que la estudie, se juzga por los resultados y se ensalza a placer, pero seamos justos y sinceros, los diferentes imperios y la mayoría de las religiones sobrepusieron sus modelos a los anteriores, sirviéndose de la violencia y la destrucción. No debemos rasgarnos las vestiduras, no debemos poner el foco en uno u otro, sólo analizarlo, buscar las explicaciones, hallar las respuestas, y ver la historia como un proceso evolutivo social. 

Actualmente vivimos lo mismo en Siria con otros nombres y con otra fe, pero que en esencia tiene el mismo propósito. La cultura no es propiedad de un país o de un gobierno, es un bien universal, es el conocimiento del ser humano y su crecimiento personal. Jamás debemos tapar las miserias que unos y otros hicieron en proclamación y beneficio de sus dioses, hay que mostralas para no volver a caer.

 

Mireia Gallego

Junio 2015

 

 

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