La Victoria de Samotracia
Introducción
Al noroeste de la isla de Samotracia, sobre un angosto terreno hallado en lo alto y golpeado por la brisa del mar, se esconde un yacimiento único que los antiguos no osaban nombrar; el Santuario de los Grandes Dioses.
Es posiblemente uno de los lugares más enigmáticos de la tierra y casi con seguridad uno de los emplazamientos más mágicos del Egeo. Sobre su difícil orografía han pasado los personajes más relevantes de la historia antigua, reyes y emperadores, y sobre sus piedras se han practicado ritos de iniciación desde hace siglos, antes incluso de la llegada de los colonos griegos, de ahí que las divinidades, llamadas Cabiros, a las que se veneran sean de naturaleza ctónicas: Axieros, Cadmilo, Zerynthia...mucho más cercanas a las personificaciones genéricas de los elementos naturales que a los del panteón heleno, aunque si bien con el tiempo se fueron diluyendo con otras celebraciones.
Los ritos se cuentan desde el s.VII a.C, donde cualquier hombre, mujer o niño y de cualquier condición social, podían iniciarse en sus misterios, para ello se practicaban una serie de rituales que incluían procesos de purificación, sacrificio, ofrendas y según el nivel, una especie de expiación de pecados.
Su relevancia mística lo elevó hasta el punto que fue equiparado por igual con los misterios de Eleúsis, incluso se afirma que entre los muros de sus santuarios Filipo II de Macedonia y la princesa Olimpia aun niña, se encontraron durante el rito de iniciación, quedando Filipo totalmente prendado por ella, dato que afianza más si cabe la idea de una Olimpia mística y clarifican la naturaleza semidivina de Alejandro Magno.
Localización
Entre los edificios sacros hallados en la zona, se localizan edificaciones de épocas muy dispares sobrepuestas unas a otras y financiadas por dinastías que controlaban y se disputaban el control del Egeo, todas ellas de un gran nivel artístico y que en gran medida eran muestras de gratitud por victorias obtenidas, o donaciones para ganarse los favores divinos.
Y ahí, entre el gran pórtico y el teatro, casi en los límites del área sagrada, enmarcada entre los verdes árboles, se halla tan solo el perímetro de un edificio de pequeñas dimensiones, pero que ha significado para el arte uno de los mayores descubrimientos: La victoria alada de Samotracia, o como a mí siempre me ha gustado nombrarla con su nombre original: Niké.
El descubrimiento
El vicecónsul francés destinado en Edirne, Charles Champoiseau, con escasos 33 años y con su diplomatura de arqueología a las espaldas, comienza a excavar la zona, hallando en Abril de 1863 los restos de una escultura de grandes dimensiones. Ante tal descubrimiento decide escribir al embajador francés en Constantinopla haciendo clara alusión a las dimensiones y nivel escultórico de la pieza que define como inigualable.
A pesar de que la escultura carece de cabeza y brazos, el resto de la obra permanece casi intacta en los detalles, localizándose en excavaciones posteriores los restos de diferentes elementos como una mano que serán enviados a París o como los restos del navío sobre el que se sostiene la escultura, es entonces cuando se inicia la recomposición pieza por pieza de la obra que actualmente podemos contemplar en el museo del Louvre de Paris, proceso que duró decadas.
Quién y por qué
A pesar que han habido dos teorías diferentes, la datación de la obra nos la sitúan más cercana a la conmemoración de la victoria en el conflicto bélico que mantuvieron los Rodios contra Antíoco III el Grande, en el s.II a.C.
Los rodios decidieron ceder al santuario una obra que representara el espíritu de victoria y libertad, para ello contrataron los servicios del artista Pithókritos de Rodas, (Este dato no está confirmado, y aunque muchos ilustrados en la materia hallan en su obra el sello del autor, lo cierto es que se desconoce la autoría de tal genialidad). Aun así, sea él o no el artífice, poco importa, el conjunto sobrecoge en sí mismo.
Es importante saber dónde estaba ubicada para entender el conjunto. La escultura orientada al mar, estaba rodeada por un estanque con piedras y agua que brotaba en cascada, emulando un paisaje marítimo. Situada frente a una hornacina oscura, el mármol de la escultura policromada (varios colores, se ha hallado restos de tonos azules), se erguía majestuosa y sobresalía con una fuerza conmovedora.
Niké
La obra roza la perfección absoluta, puede ser contemplada en todos los ángulos sin que ninguno de ellos muestre un ápice de error. Es la muestra de estilo helenístico más sublime de cuantos se han hallado y recoge de forma precisa los elementos más característicos de este periodo.
Niké (más de 2 metros y medio de cuerpo) está apoyada sobre su pie derecho en la proa del barco completando así más de 5 metros de altura total, el pie izquierdo en cambio se mantiene en elevación lo que demuestra que la intención era mostrarla en el momento justo que desciende a tierra, pues sus alas reciben el impulso del aire frontal, la dificultad del escultor de mantener erguida su obra a través de pocos puntos de sujeción muestra su habilidad y la complejidad de la escultura.
Sus ropas se perciben mojadas, mostrando el contorno del cuerpo y los detalles de su piel, aireadas por la brisa del mar ceden hacia la parte posterior, donde se aprecian los delicados pliegues de su túnica. Un leve movimiento la inclina hacia su lado izquierdo, mostrando el relieve de su seno y uno de los hombros al descubierto.
El viento juega con la túnica especialmente en su lado derecho, mientras que su pierna izquierda se muestra menos ataviada e influenciada por los embates de la brisa. El contorno de su piel es perceptible especialmente en el torso superior, mostrando pequeños pliegues simulando transparencias. El detalle de las alas es de una delicadeza sublime, cada una de ellas muestra decenas de plumas con diferentes ángulos, relieves y tamaños para mostrar así su ligereza y su movimiento, siendo cada pluma diferente de las demás.
Niké se nos muestra firme, decidida, sensual, exquisitamente poderosa. El efecto que debía causar a la vista debía ser asombroso, más si cabe teniendo en cuenta que el aspecto de su cara debía acompañar el torso con la misma delicadeza del conjunto, posiblemente con mechones de su pelo acariciados por el viento, ligeramente ladeada y con una expresión difícilmente igualable.
El gran enigma de Niké es lo que portaba en su mano derecha, unos contemplan la posibilidad de que siguiendo el modelo de una moneda hallada en Grecia portara una trompeta anunciadora de la victoria helena, otros creen que su mano soportaba con elegancia una corona, pero si hacemos caso de los restos parciales localizados de su mano, las dos falanges de sus dedos apuntan a una elevación de la mano a modo de saludo.
Sea cual fuere el aspecto original, la Niké de Samotracia es la simplificación en mármol del concepto de belleza y la prueba de que la escultura griega llegó a unos niveles de perfección que difícilmente han sido superados. Las expertas manos de su creador parecen manejadas por los dioses con la sutileza de lo que no es humano.
Si hay una imagen que evoque Grecia esa es la Niké de Samotracia, representa siglos de perfección, el ideario heleno, la democracia y la libertad, es la imagen icónica de aquello que es de todos.
El Louvre ha estado durante siglos mimándola y examinándola, hasta el punto de otorgarle un lugar preferencial en todo el museo, pero ese magnífico refugio no puede mostrar la luz del cielo de Samotracia, ni la brisa del Egeo, ni el chasquido del agua rozando las rocas de su evocador estanque. Tan sólo queda cerrar los ojos y ver a la Diosa como lo que es, un sueño.
Mireia Gallego
Julio 2015