Corona Naval

Introducción
Los galardones son más importantes por su repercusión social y militar que por el valor de la propia pieza. Independientemente del metal en el que fuera confeccionado, la corona servía para insuflar valor al resto de la tropa en un intento de emular al más aventurado de los soldados en batalla. Ya hemos comentado que a parte, para el avezado legionario proporcionaba estatus y beneficios sociales que incluían la posibilidad de optar a las magistraturas romanas y por tanto, a alcanzar dinero y prestigio. Hemos hablado de la cívica, la graminia, la mural, la radiada y toca la última; la corona navalis o corona rostrata.
¿Rostrata?

Cuando hablamos de rostra en la antigua Roma, nos referimos al espolón, normalmente en la proa, que portaban las naves y que servía para embestir la flota enemiga. Era un elemento importante porque a diferencia de la frágil madera que se quedaba hecha trizas sobre las corrientes, éste protegía frontalmente las naves quedando encajadas en la estructura del enemigo y a la vez permitían abrir un orificio enorme en el casco. Este objeto de defensa se convirtió posteriormente en un premio en sí mismo cuando la flota romana ganaba la batalla, pues éstos, arrancaban los espolones de los barcos enemigos y los encajaban en muros, columnas o templos para que cualquier ciudadano los tuviera a la vista. Este acto de propaganda, muy efectiva por cierto, dio nombre a las tribunas de los oradores de Roma, porque también decoraban sus estructuras, generalizándose con el nombre de los rostra.

Ahora que ya sabemos qué son los rostra y su importancia en las batallas navales, entenderéis que la corona se ofrecía a aquel que asaltaba primero las naves enemigas con valentía, quien sabe si también con cierta dosis de inconsciencia. Teniendo en cuenta que muy pocas coronas navalis fueron entregadas, según nos relatan los clásicos, y que además los que la recibieron son grandes generales de renombre, queda claro que esta condecoración sería muy exclusiva y extremadamente limitada a unos cuantos afortunados. Y en parte, si lo analizamos, tiene todo el sentido; en un momento en que decenas o centenares de naves cubren el mediterráneo saber quién ha sido el primero en abordar al otro debía ser como una odisea.
Y es que a diferencia de otras coronas de las que tenemos más referencias gráficas en monumentos funerarios, la rostrata o navalis aparece en un número casi irrisorio de monedas y referencias literarias. Lo que sabemos es que era de oro normalmente y que estaba decorada con hojas y rematada con pequeños espolones principalmente en la zona abierta que quedaba en la frente del galardonado. En la parte posterior aparecerían las dos tiras que caían por la nuca.


Y sobre sus beneficiarios, ¿qué sabemos? Pues que tal distinción fue ostentada por Marco Terencio Varrón, conocido generalmente por ser un magnífico ilustrado romano, un sabio reconocido opositor de César y aliado de Pompeyo, pero con tal nivel de erudición que fue premiado como encargado de las bibliotecas públicas de la ciudad. Siendo militar bajo las órdenes de Pompeyo, y mostrando su valor ante la problemática de los asaltos piratas en el mediterráneo, fue coronado con la máxima distinción naval. Otro de nuestros galardonados fue Agripa durante las batallas contra Pompeyo en la isla de Sicilia. Por tanto, como podéis comprobar no se trataban de simples marineros valerosos que asaltaban los barcos enemigos.

Y así como pasa con la corona muralis, la naval sigue estando presente en la heráldica de los cuerpos de infantería de marina con un aspecto adaptado (imágenes de proas y velas), pero en esencia con la misma connotación. Como siempre os digo la propia historia y sus símbolos, fueron modificándose con el paso de los siglos, pero pocos tendieron a desaparecer definitivamente.
Mireia Gallego
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