Corona radiada
Introducción
El astro rey es esencialmente, el elemento natural que define la civilización y su supervivencia. El estudio contemplativo de los ciclos solares y estacionales, diseñaron la religiosidad de los antiguos desde etapas muy tempranas. La adoración solar se origina desde que el hombre es hombre, teniendo ejemplos muy significativos entre egipcios, asirios, incas, babilonios, romanos, griegos y un larguísimo e inacabable etcétera, extendiéndose su culto a lo largo del tiempo hasta la llegada de los dioses monoteístas, donde adquiere un impacto muy secundario y más naturalista.
Sol invictus
Para el mundo romano, el sol no es sólo un concepto natural es una deidad en sí misma, siendo venerada con diferentes epítetos como "invictus" o "indiges". Según el período romano del que hablemos o incluso la festividad del calendario de celebraciones, se venerará a uno o a otro. Sol invictus está relacionado con el solsticio de invierno y su victoria sobre la oscuridad, de ahí que se venerara el 25 de Diciembre durante la celebración de las Saturnalias que aunque al principio era más una festividad agrícola, posteriormente se amplió a varios días incluyendo a la deidad solar como protagonista.
Fue Aureliano en el s.III quien instauró de forma oficial este culto popular en respuesta a las ya presumibles celebraciones arcaicas de los ciclos solares, pero sabemos que existieron como mínimo dos templos muy anteriores dedicados al astro rey en la ciudad, uno de ellos ubicado en el circo máximo.
Establecimiento del culto oficial
La importancia del dios sol, se magnificó durante los mandatos de Heliogábalo y tras éste, de sus sucesores en el imperio.
Teniendo en cuenta que Heliogábalo había sido sacerdote siendo niño del culto del dios sol de Oriente El Gabal, obligó a la ciudad de Roma a rendir culto del Sol Invictus como personificación suprema de Deidad, por encima incluso de Júpiter, hecho que desembocó en numerosas quejas y suspicacias. Para ello construyó un templo en el Palatino en el que hizo colocar una piedra sagrada venida de su ciudad natal (un meteorito), a la que rendía culto y que durante el solsticio, paseaba en procesión sobre un carro lleno de joyas tirado por cuatro caballos blancos. Frente a él el emperador caminada de espaldas en una especie de frenesí y locura.

Y aunque Heliogábalo fue considerado como una especie de monstruo enajenado, sus sucesores no dejaron de seguir venerando al astro rey aunque de una manera algo más discreta. De esta forma, y en eso la numismática nos ha ayudado mucho, vemos todas las efigies de los emperadores posteriores, coronados con la corona radiada al más puro estilo del dios sol invicto. Juliano el Apóstata, al que a mí me gusta más apodar como el helenista por convicción, a pesar de haber recibido una educación férrea en los valores cristianos en el s.IV, no hay que olvidar que era hijo de un hermanastro de Constantino, abrazó el paganismo como una liberación personal por lo que cuando alcanzó el gobierno, no dudó ni un instante en volver a instaurar el culto al sol como dios primordial y al resto de dioses del antiguo panteón como satélites a su servicio. Un corto reinado de apenas tres años fue suficiente para desvanecer el sueño de retomar el culto pagano.
Corona radiada, el símbolo de poder
Esa condición de invencibilidad del dios solar que siempre triunfaba por encima de cualquier pugna, es la que fue usada como símbolo para los emperadores. Porque si tu cabeza estaba coronada con la radiada, eras el máximo representante del indestructible pueblo romano y quedabas tocado del beneplácito divino. Es decir, la corona radiada, no sólo era un símbolo de poder sino la personificación de la aquiescencia de los dioses.
Por tanto, la radiada sólo fue usada por sus regentes.
Y no sólo por emperadores del imperio romano a partir del s.III, sino que Augusto, Nerón, Calígula, Adriano e incluso el pensador Marco Aurelio ya habían sucumbido a sus bondades siglos antes. El coloso de Nerón, ubicado en lo que ahora sería el anfiteatro Flavio, parece ser que estaba tocado por esos poderosos rayos solares, quedando claro quién mandaba. Porque lo cierto es que estar representado por éstos, era emular a otros igual de importantes que les habían precedido mucho tiempo atrás.

Los romanos eran más adaptadores que creadores en relación a sus costumbres, así que este tocado había sido portado previamente por Alejandro Magno, por algunos regentes Ptolemaicos, por el imperio sasánida, o usados por los helenos (
Coloso de Rodas). Cuando los romanos adaptaron ciertos cultos venidos del este, como Mitra o Apolo, perpetuaron los símbolos asociados a ellos siendo también los rayos de sol atribuibles al concepto de luz y renacimiento. Así que lo que hicieron fue extender el símbolo de dominio de sus predecesores hasta consagrarlo como una costumbre propia.
Y de hecho, el símbolo continuó representado a pesar del tiempo y a pesar de la nueva religión. No es extraño encontrar ilustraciones, relieves o pinturas de regentes con la corona radiada como máximos exponentes políticos y religiosos, también en estatuas que representan la libertad (todos tenemos alguna en mente).
Conclusión
Si pensáis que la adoración al sol es cosa del pasado, os invito que hagáis un ejercicio de profunda reflexión. Aunque el tiempo nos lleva a pensar que nuestras costumbres actuales vienen motivadas por escasas centurias de reiteración, la verdad es que tienen orígenes muy antiguos que fueron modulados con el devenir de los siglos, como ejemplos tenemos la verbena de San Juan que celebra el día más largo del año, o el 25 de diciembre que a parte de la natividad, conmemora el solsticio como triunfo de la luz frente las tinieblas y que debió ser solapado por necesidad. Lo dicho; no hemos cambiado tanto.
Mireia Gallego